Excede los límites de esta columna reflexionar sobre las facetas de la vida y de la vasta obra del autor del Facundo
, a quien, como a aquel personaje de Terencio, nada de lo humano le fue
ajeno. Sarmiento combatió tempestuosamente por sus ideas sin dar ni
pedir tregua. Se le pueden reprochar errores y arbitrariedades,
simplificaciones e injusticias, pero quienes critiquen tal o cual
párrafo de una producción escrita cuya magnitud es difícil de concebir
deben tener en cuenta que su autor no fue un sereno analista de la
realidad, sino un luchador. Paul Groussac lo llamó "el formidable
montonero de la batalla intelectual".
¿Cuáles fueron los propósitos fundamentales de esa
batalla? El progreso, la civilización, la república democrática, a la
manera norteamericana, y, sobre todo, la educación popular. Otros
aspectos de sus ideas se prestan más fácilmente a la polémica, pero su
obsesión educativa mantiene su lozanía. El eje de su concepción fue la
escuela elemental, destinada a todos los habitantes. Hoy nos resulta
natural que así sea, pero a mediados del siglo XIX la enorme mayoría de
la población, en todo el mundo, era analfabeta. Casi nadie compartía esa
impaciencia de Sarmiento por la alfabetización universal. Alberdi, tan
lúcido en otras cuestiones, le asignaba una importancia menor, por
ejemplo, que a los hábitos de trabajo, y no creía, como Sarmiento, que
las mujeres debieran tener la misma educación que los hombres.
La educación popular era el medio indispensable para
crear al ciudadano. Al regresar a Buenos Aires de los Estados Unidos,
para asumir la presidencia, declaró en el puerto: "Vengo de un país
donde la educación lo es todo. Y por ello allí hay democracia". Es la
premisa esencial de su obra, profundamente progresista en el mejor
sentido del término, que produjo por muchos años un país pujante, con
una extendida clase media y una movilidad social que ubicaba a la
Argentina entre las naciones más avanzadas del mundo.
Sarmiento fue el adalid de esa idea, por la que bregó
desde su juventud, enseñando, creando un método de lectura gradual,
estudiando los sistemas educativos en Europa y en los Estados Unidos,
fundando escuelas, trazando planes de enseñanza e impulsando, en los
años finales de su vida, la sanción de la ley 1420, de educación laica,
gratuita y universal.
La Argentina del siglo XXI es muy distinta de aquella
que Sarmiento, como pocos, ayudó a construir. Las soluciones a los
problemas de su tiempo, que el Maestro de América imaginó con un sentido
de inaudita modernidad, no podrían aplicarse tal cual fueron
concebidas. Pero la recuperación del espíritu que las originó es ahora,
más que una opción, un deber moral. Tenemos que lanzarnos colectivamente
a una revolución educativa porque la educación popular es, como lo
intuyó Sarmiento, el único camino para el progreso social y para
alcanzar una democracia de ciudadanos. El reto es la expansión de la
educación elemental y la calidad de la educación, que es, en una
economía global del conocimiento, la llave contra la desigualdad.
Podremos decir, parafraseando a Borges: "Sarmiento el soñador sigue
soñándonos".
El autor es constitucionalista y diputado nacional
No hay comentarios.:
Publicar un comentario